Papa desde estas líneas quiero rendirte homenaje por haber sido guía y ejemplo en mi vida, por tu bondad, por tus desvelos, por toda una vida de trabajo en pro de tus dos hijos y tu mujer, por tu amor desmedido.
En los últimos tiempos, cada vez que nos veíamos nos fundíamos en un cómplice e intenso abrazo, pues ambos, sin saberlo, presentíamos que pronto no podríamos volver a hacerlo. Sé que ambos hemos estado intentando, a veces con la palabra, a veces con una simple mirada, que no se nos quedara ni un ápice de nuestro mutuo amor por demostrar y, aún así, cuantas cosas te diría si pudiera echar el reloj atrás aunque fuera tan solo 48 horas.
Paradojas de la vida, yo que tantas vidas he traído con mis manos, entre esas mismas manos se iba ayer la tuya.
No sé si los sabes pero mama se fue a la iglesia a gritarle a Dios (no te preocupes que sé que no se ha enfadado), pero no era cosa de Dios, es que nos tenias engañados a todos, a tus 86 años hemos descubierto que no eras perfecto, y lo mágico de todo ello es que, hasta cuando has mostrado tu imperfección, lo has hecho para darnos tu “última clase magistral”: nos has vuelto a mostrar tu maestría en la vida al enseñarnos como se abandona la misma con dignidad, con la misma elegancia como la has vivido.
Aún así tengo que serte sincero, aunque entiendo que posiblemente se trate de una de las lecciones más importantes que me has dado, prefiero quedarme con aquellas otras en las que me enseñabas que a los niños pequeños, cuando los acuestas, hay que hacerles “pedorretas” en el cuello. Esa lección, aunque aparentemente banal, fue tan importante que hoy, precisamente hoy, aquellas pedorretas en mi cuello me están haciendo sonreír; o aquellas otras en las que me llevabas al campo en el sillín trasero de tu bicicleta para enseñarme que era una araña roja o el mildiu de la vid. Me gusto especialmente aquella en la que cuando hacías un regalo a mama, le ponías un versito gracioso (la madurez me hizo comprender la moraleja de la lección, el regalo real era el verso, lo demás solo era envoltorio). Fueron infinitas lecciones, eso sí, la lección que entraba a examen me la dejaste clara desde un principio: en la vida lo importante es el amor a los tuyos, la dignidad, la sinceridad, el buen hacer, el respeto a los demás y la honradez.
Bueno papa, estoy cansado, sabes que ha sido el día más duro de mi vida, me despido por hoy de ti, pero por favor, sigue guiándome, sabes perfectamente que necesito tu ejemplo. A partir de hoy no sé muy bien cuál va a ser nuestro canal de comunicación, pero sé que ya me estas preparando una nueva sorpresa.
Un beso papa, duerme tranquilo que mama esta cuidada.
Tu hijo Antonio
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D. Luis Penalva Abad (padrino de la Clínica maternum) |